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El significado de “a quien mucho se le perdona, mucho ama”

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El perdón y el amor de Dios son un misterio para el corazón endurecido, mientras que la adoración y la devoción son evidencias de un corazón que ha sido perdonado. Porque el mayor peligro no es el pecado en sí, sino la insensibilidad que nos hace creer que no necesitamos el perdón que Jesús ofrece.


¿Quién era la mujer pecadora de Lucas 7?

Entonces una mujer de la ciudad, que era pecadora… trajo un frasco de alabastro con perfume; y estando detrás de Él a sus pies, llorando, comenzó a regar con lágrimas sus pies, y los enjugaba con sus cabellos; y besaba sus pies, y los ungía con el perfume… Y vuelto a la mujer, dijo a Simón: ¿Ves esta mujer? Entré en tu casa, y no me diste agua para mis pies; mas esta ha regado mis pies con lágrimas, y los ha enjugado con sus cabellos. No me diste beso; mas esta, desde que entré, no ha cesado de besar mis pies. No ungiste mi cabeza con aceite; mas esta ha ungido con perfume mis pies. Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; mas aquel a quien se le perdona poco, poco ama” (Lucas 7:36-47).

Curiosamente, Lucas no nos revela el nombre de la mujer. Solo nos deja claro que su reputación era la de una mujer pecadora. Y aunque algunas tradiciones la identifican como María Magdalena, no existe evidencia bíblica explícita que confirme esta teoría. El relato más parecido es el de Juan, donde una mujer unge a Jesús y es identificada como María, hermana de Marta y Lázaro. Sin embargo, hay diferencias suficientes para considerar que son eventos distintos.


Tal vez el Espíritu Santo dejó su nombre fuera del texto para que lo que más recordemos no sea quién era ella, sino lo que hizo, y sobre todo, el perdón que recibió y lo que esto nos puede enseñar.


El contraste entre Simón y la mujer pecadora

Lo primero que me llama la atención es cómo Jesús se refiere a ella en múltiples ocasiones como “esta mujer”. Pareciera un reflejo del desprecio de los fariseos hacia ella, pero en realidad, Jesús es un recurso de contraste utilizado por Jesús para exponer la actitud de Simón. Veamos los contrastes reveladores de esta historia:


  • El fariseo tiene nombre, ella no. Simón es identificado, pero la mujer permanece en el anonimato.

  • El fariseo se sienta a la mesa, ella se postra a los pies. Él no ofreció agua para los pies; ella los lavó con sus lágrimas.

  • El fariseo cuestiona, ella honra. Él duda de Jesús en su corazón; ella lo reconoce como digno de adoración.

  • El fariseo observa, ella adora. Su entrega nace de haber experimentado el perdón; Simón, en cambio, permanece indiferente.


Pero el mayor contraste fue que ella había recibido y experimentado el perdón y el amor de Jesús, y Simón no. Y no es que Simón no tuviera necesidad de ser perdonado, sino que la actitud de su corazón no le permitió valorar y responder al momento glorioso de la visitación del Hijo de Dios. Porque la dimensión de nuestra comprensión del perdón que hemos recibido de parte de Dios determina la intensidad de nuestro amor y adoración por Él.


¿Qué nos enseña esto?


Esta historia nos confronta con las siguientes verdades:


  • La dimensión de nuestro amor por Dios está ligada a nuestra conciencia de su perdón.

  • El anonimato de la mujer nos recuerda que el cielo no celebra nombres reconocidos, sino corazones rendidos.

  • La adoración verdadera es fruto de la gratitud, no de un protocolo religioso.

  • El mayor peligro no es el pecado en sí, sino la insensibilidad que nos hace creer que no necesitamos el perdón que Jesús ofrece.


Un llamado que demanda una respuesta


El evangelio no es para “buenas personas” que quieren portarse mejor. Es para aquellos que reconocen su pecado y su necesidad de un Salvador. ¿Con qué personaje de esta historia te identificas? Y mejor aún, ¿cuál quieres ser?

 
 
 
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